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Crítica a 'La Excepción' de Audur Ava Ólafsdóttir

  • beatrizjunqueracimad
  • 23 ago 2014
  • 6 Min. de lectura

La excepción es una novela de la escritora islandesa Audur Ava Ólafsdótir, cuya protagonista es María, una mujer a quien su marido anuncia, justo en el momento en que la Nochevieja se convierte en Año Nuevo, que la abandona y se va a vivir con su compañero de trabajo, al que María consideraba un buen amigo de su esposo, razón por la cual había compartido con ellos la cena de fin de año. Esta novela afronta problemas cotidianos de la mujer, al igual que Rosa candida y La mujer es una isla, publicadas con anterioridad.

La excepción narra la crisis interna de una mujer durante un breve espacio de tiempo como consecuencia del anuncio de su marido Flóki de la separación para irse con su compañero de trabajo, también Flóki (a pesar de que, como la protagonista destaca, no sea un nombre común ni siquiera en Islandia), justo en el preciso instante en que el Año Nuevo ha nacido. Paralelamente, aparece en su vida su padre biológico, al que nunca había conocido. Esto último no supone una gran novedad, si bien lo es más el descubrimiento de que su madre, casada con posterioridad con otro hombre, con el que había tenido dos hijos más, va mostrando, cada vez con mayor claridad, que durante décadas, nunca había perdido el contacto con Albert, el padre biológico desconocido para María. A su vez, la vida de María no es sencilla ya de por sí. Por una parte, tiene dos hijos mellizos de dos años y medio, un niño y una niña. Esta última es resolutiva y capaz, mientras que el niño es ‘el débil’. En segundo lugar, Flóki y María habían decidido adoptar una niña en el extranjero. En aquel momento estaban esperando el momento de recogerla. Por ello, el anuncio de Flóki rodea de incertidumbre añadida la situación.

La novela comienza con la narración, por parte de María, de la comunicación de la noticia. En aquel momento, solo puede transmitir sensaciones: a Flóki “la mano le tiembla y su rostro se contrae” y María no puede entender a la primera lo que su marido le comunica (“mi marido me está diciendo algo porque veo que mueve los labios”). Lo repite: “Perdona, pero lo amo. Tú eres la última mujer de mi vida”.

A María, de profesión cooperante, es difícil valorarla de principio, pues la conocemos en estado de shock, tras la confesión de su marido. De ahí que uno de los primeros reproches sea por qué ha elegido la última noche del año para contarle la verdad, momento en el cual para María ha dejado de ser su marido (si bien volverá a convertirse en ello posteriormente), incluso Flóki, para transformarse en un “especialista en la geometría del tiempo”. La confusión de María se acrecienta cada vez que pregunta y sabe algo más de la orientación sexual de su marido. Flóki parece estarle diciendo: ‘No preguntes más’. Es duro que un marido confiese que le gustan los hombres desde hace mucho tiempo, pero que se ha casado con una mujer porque “tenía ganas de ser padre”. De repente, la esposa entiende que ha sido no más que un vientre de alquiler con un hombre con el que ha asumido un compromiso tal como es el que conlleva una pérdida de libertad tal como la convivencia en pareja. Después vendrán las dudas, un torrente de dudas. Y el recuerdo de las evidencias: cuando lo encontró con aquel hombre de un modo que le resultó extraño, las noches de trabajo fuera de casa, las marcas en la espalda, los extraños regresos del extranjero cuando viajaba por negocios…

Flóki es un personaje al que resulta difícil de entender de principio, en ocasiones podemos odiarlo mientras leemos la novela, aunque se convierte en entrañable en algunas ocasiones. La autora nos lo describe de un modo en absoluto maniqueo. Es valiente, pues, al fin, decide ser leal con María, con Flóki y consigo mismo. No obstante, lleva once años casado con María y, nada más realizar su confesión, parece pretender quitarse la responsabilidad de encima, al responderle a María: “Tendrías que haberte dado cuenta”. Sin embargo, aquella noche su amante ha cenado en su casa con su mujer en calidad de amigo, lo cual no deja a ninguno de los dos en muy buen lugar. De Flóki odiamos, aprovechando la confusión de María, esa última relación que está dispuesto a mantener incluso tras la confesión, con la excusa de “Esta ha sido la última vez. (…) Ahora ya lo sabes” o el enviar flores a su esposa horas antes e abandonarla, pero incluso todavía más ese papel protector: “vas a coger frío”. Especialmente no perdonamos a Flóki su utilitarismo, especialmente en las relaciones personales, especialmente el hecho de que, a diferencia de María, no está confuso, incluida la planificación de su proceder durante tan largo tiempo.

La historia es una historia de superación. ¿Cómo logra superar María esta crisis? Gracias fundamentalmente a dos personas. La primera de ellas es un joven vecino admirador de la protagonista, que, de hecho, es quien logra aportarle ilusión. No obstante, indudablemente el principal apoyo de María es su también vecina Perla, una escritora, consejera matrimonial y muchas cosas más, que supone el pilar en que María se apoya cuando ya no soporta más tensión e incertidumbre, que, de otro lado, logra plantear los interrogantes oportunos en el momento preciso.

Perla es quizás el personaje que la autora ha creado de forma más perfecta. Perla es la “vecina”, la “escritora”, la “consejera matrimonial”, y así actúa con María, pero sobre todo es la amiga, la amiga a la que “las tendencias sexuales de Flóki no habían pillado por sorpresa”. Es probablemente el mayor tesoro de María en un mundo donde, recordemos, en Gran Bretaña casi cinco millones de personas confiesan no tener a nadie en quien confiar. Ese es el papel fundamental de Perla, la persona a quien María acude en primer lugar. Es mientras ella la escucha y, a veces, ayudada con sus preguntas, cuando María descubre que su descripción de Flóki es más la de un amigo que la de un amante, cuando comprueba que había pasado por alto una serie de indicios, de esos que el cerebro recuerda (y será por algo), pero a los que ella no había dado importancia o había decidido no dar importancia. Perla es también con quien María se plantea en alto sus primeros interrogantes, con quien verbaliza la crisis que está viviendo. Perla es, además, quien pronuncia esa palabra de consuelo, que sin insultar la inteligencia del interlocutor, le aparta una parte de la carga, la más gravosa, la de la culpa: “Este es uno de esos casos en los que no importa nada de lo que tú hayas hecho o dejado de hacer”.

La novela plantea los ingredientes habituales en cualquier separación. Especialmente logrado está el tratamiento que realiza de las relaciones con los hijos, el modo en que se proyecta en ellos la propia frustración y, más en concreto, el miedo de María sobre la seguridad y la masculinidad de su hijo. Otra nota común a cualquier ruptura sentimental es ese esperar a que todo cambie, a que vuelva, si bien desde el exterior, desde la perspectiva del lector, la autora hace absolutamente evidente la firmeza de la decisión de Flóki, incluso los intentos de María por hacer que Flóki se sienta culpable por el estado de sus hijos y, en especial, de su hijo.

La excepción, que es María misma, la excepción para Flóki, es una novela escrita por una mujer y, por lo tanto, está repleta de sensibilidad y sutilidad, se escribió en un tono muy femenino (en el mejor sentido del término). Es una novela cautivadora, en la que cualquier ser humano, sea cual sea su género y orientación sexual, podría verse reflejado en algún momento. Es una novela que arranca reflexiones profundas, lo cual no es muy habitual en la literatura actual. Las principales críticas de la misma deben dirigirse a su traducción. Es esta una tarea compleja y ardua donde las haya. Sin embargo, el traductor debería haber cuidado un poco más los conectores y los leísmos. Con ello, la lectura en español de La excepción sería más fácil y grata.

La excepción aborda las relaciones sentimentales, aunque también otros aspectos relevantes de las interacciones humanas, sean estas de la naturaleza que sea, pues se refiere a la confianza, que ocupa y preocupa incluso a disciplinas tan escasamente románticas como la economía. Y del utilitarismo, pues el problema que crea el argumento de esta novela es el individuo utilitarista, no lo olvidemos: “porque quería tener hijos”. Esta novela es recomendable para cualquier ser humano mínimamente sensible. Sufrirá y disfrutará con ella; no tenga duda alguna. Abstenerse, sin embargo, los pobres en empatía.

 
 
 

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