Crítica a 'Cáscara de Nuez' de Ian McEwan
Cáscara de Nuez es la última novela de Ian McEwan, que comienza, y no por casualidad, con una frase de Hamlet: ¡Oh, Dios, podría estar encerrado en la cáscara de una nuez y sentirme rey del infinito espacio… de no ser porque tengo malos sueños!En el libro tenemos cuatro protagonistas principales. Por un lado, un trío en sentido estricto. En primer lugar, Trudy, una mujer embarazada, cuyo cuñado Claude, el hermano de su marido, John Cairncross, es, simultáneamente, su amante. El cuarto protagonista no tiene nombre, está en su ‘cáscara de nuez’, es el hijo nonato de Trudy y John, además del narrador de esta novela. Trudy, ‘mi infiel Trudy’, como la denomina su propio hijo, está casada con John, un poeta, descrito como “la clase de hombre que pone fin a las guerras, el saqueo y la esclavitud, y que aboga por la igualdad y el buen trato a las mujeres del mismo”, mientras que Claude trabaja como agente inmobiliario. Como narrador, el hijo nonato de Trudy y de John, va conociendo, sorprendido, la realidad, a cada episodio más despiadada, menos inocente. Poco a poco, el narrador, el niño, se va haciendo cada vez más suspicaz y recela de todo, con una actitud y una perspectiva absolutamente desconfiadas: “las madres embarazas tienen que combatir a los inquilinos de su útero (…) Así que todos estamos solos, incluso yo, cada uno camina por una autopista desierta”. Este es el inicio donde todos engañan a todos, en un proceso sin fin.Es aquí cuando los sucesos hacen llegar a un episodio de novela negra. Las reacciones se van transformando en emociones: disgusto, ira, compasión, todas las emociones cuentan con su momento, de tal manera que “el útero, o este útero, no es un lugar tan malo, es un poco como la tumba bella y privada de uno de los poemas preferidos de mi padre”.Una trama que se desarrolla intrigante, que impide al lector apartar la vista, hasta finalizar con un final trágico, un final que es la necesaria consecuencia de los acontecimientos que se habían venido desarrollando, si bien un final que el lector nunca habría imaginado. En definitiva, una metáfora extraordinaria del mundo en que vivimos. Con muchas referencias con una ironía muy británica, la de McEwan. No debe prescindirse de las breves, aunque contundentes, reflexiones acerca del mundo en que nos movemos.Para finalizar, no quiero prescindir de una cita, quizá por deformación profesional, pero también por ser un buen ejemplo de lo señalado en el párrafo anterior: “Ten cuidado con lo que deseas. Hay una nueva política en la vida universitaria. Esta digresión puede parecer intrascendente, pero tengo intención de aplicarla en cuanto pueda. En física, en gaélico, en lo que sea. Así que estoy obligado a interesarme. Una extraña tendencia se ha adueñado de los jóvenes instruidos. Se han movilizado, a veces enfurecidos, pero sobre todo necesitados, ansiosos, de que una autoridad les bendiga y otorgue validez a las identidades que han elegido. Quizá sea la decadencia de Occidente con una nueva apariencia. O la exaltación y la liberación del yo”. Ahí queda eso.