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Crítica a '2084. El Fin del Mundo' de Boualem Sansal

2084: El fin del mundo es una novela de Boualem Sansal, una novela de política/religión-ficción. Se inicia con un viaje, el de su protagonista, Ati, que regresa a su ciudad y capital de Abistán, Quodsabad, tras un año en el sanatorio de Sin y otro viajando a pie de caravana en caravana. Su estancia en el sanatorio se debe a la tuberculosis que Ati había desarrollado y cuya cura en Abistán nos resulta anacrónica. Sin embargo, serán esa estancia y el posterior viaje los elementos que desencadenen la historia que el libro nos narra.

De hecho, durante el viaje Ati conocerá a Nas, un investigador de los Libros Sagrados y otros aspectos que nos resultan extraños desde nuestra perspectiva. Nas regresa de una misión en un yacimiento arqueológico recién descubierto, donde se han encontrado restos de una época anterior al Char, la Gran Guerra Santa, cuyo hallazgo parece haber provocado una extraña agitación en el seno del Aparato (un órgano de gran poder en Abistán) y en la Justa Fraternidad (un ente similar).

Aunque hablamos de política-ficción, nos encontramos con un Abistán, que, desde nuestra perspectiva, solo podemos calificar de medieval. La cura misma de la tuberculosis, aunque no solo ella, son nuestras mejores pistas. Un país con escasas comunicaciones, donde se viaja exclusivamente en caravana (sabemos que tras 2084) y donde la peregrinación es el único motivo admitido para circular. Un país donde términos como El Enemigo son habituales en el lenguaje cotidiano, si bien en cierto momento esa misma palabra desaparece del léxico por decreto, sustituida por una especie de enemigo interior, al considerarse una debilidad, ya que “la victoria es total o no lo es”. De esta forma, se señalaba al Chitán, el Renegado y los suyos. Un país donde, a pesar de todas las calamidades sufridas, se sigue agradeciendo a Yölah y sus bondades y alabando a su profeta, Abi, el líder nacional, por su afectuosa intersección.

¿Y qué fue 2084? Durante mucho tiempo se creyó que el año de nacimiento de Abi (o el de su iluminación), si bien nadie conocía la respuesta a ciencia cierta.

También se hablaba de El Límite. Así, con estas palabras y gracias a las conversaciones con Nas, Ati reflexiona: si hay límite, el mundo está dividido. ¿Significa eso que la humanidad es divisible? ¿Desde cuándo? ¿Significa esto que Dios busca la división de los seres humanos? Además, aceptar ese límite supondría que la victoria sobre el Enemigo durante la Gran Guerra Santa no fue tan “total, definitiva e irrevocable”. Una duda aún más dura: pensar que quizás “hemos sido vencidos, desposeídos del todo y repelidos del lado malo de la frontera”, pues “nuestro mundo se parece mucho al de los perdedores, al batiburrillo posterior a la derrota”. Así recordaba ahora Ati su infancia.

Como suele ocurrir en este tipo de sociedades, Ati reconoce que “el vicio proliferaba proporcionalmente a la perfección del mundo” (a lo que a él le habían vendido como tal), un país donde se imponía el comportamiento del creyente perfecto, lo cual debería reflejarse en el habla, en la actitud y hasta en la vestimenta. ¿De verdad no les recuerda nada? Y Ati descubre su propia respuesta: “(…) el Sistema no tardó en comprender que la hipocresía era lo que hacía al perfecto creyente, no la fe, que, por su naturaleza opresiva, lleva a la zaga la duda, cuando no la rebeldía y la locura”. También comprendió que “la religión verdadera no puede ser sino la beatería reglamentada, erigida en monopolio y mantenida por el terror omnipresente (…), la vida del creyente perfecto es una sucesión ininterrumpida de gestos y de palabras que hay que repetir, sin dejarle el menor espacio para soñar, dudar, reflexionar, eventualmente descreer, quizá creer”, porque “creer no es creer, sino engañar; no creer es creer en la idea opuesta y, por lo tanto, engañarse a sí mismo y acabar convirtiendo la propia idea en dogma para el prójimo (…) no conocía el mundo libre, no era capaz de imaginar qué lazo podría existir entre dogma y libertad, ni cuál de ambos podría ser más fuere”. Y, así, de pronto, su mundo le parecía “feo y mugriento”.

Entonces aparece el miedo: “El Aparato puede destruirlo, borrarlo, podrá darle la vuelta, reprogramarlo y hacerle adorar la sumisión hasta la locura, pero no quitarle lo que no conoce, no ha visto nunca, no ha tenido jamás (…) y que, sin embargo, odia más que nada y busca sin desmayo: la LIBERTAD”, respecto a la cual el único objetivo del sistema es que aparezca. Y el miedo de que en el hospital lo hubieran oído hablar en sueños, de ser tratado de loco o acusado de blasfemia.

Y el miedo a los suyos, especialmente ese: “Temía regresar a casa y a la vez sentía impaciencia por llegar. Es entre los suyos y contra ellos que hay que luchar, es ahí, en el vaivén cotidiano y la confusión de lo no dicho, donde la vida pierde el sentido de las cosas profundas y se refugia en los superficial y lo engañoso”.

Ati era, en definitiva, un hombre que descubre que la religión “puede edificarse sobre lo contrario de la Verdad hasta convertirse en la enconada guardiana de la mentira originaria”.

Es una obra maestra, a veces difícil de leer por la dificultad de entender aquella realidad ambientada después de la única fecha que tenemos como referencia: 2084. Sansal nos narra un régimen ya establecido, cuyo origen nos había narrado Houellebecq en Sumisión, donde la religión, una religión ad hoc para los dictadores del país, se convierte, por una parte, en la justificación del sometimiento que sufre la población y, por otra, en la base del declive socio-económico de un área, hasta llevarlo varios cientos de años atrás.

Una obra fabulosa, que nos advierte, porque nos hace pensar. A veces, resulta incluso increíble: ¿Cómo pueden ser amigos, confiar, Ati y Nas en semejante mundo? ¿Pueden sobrevivir en ese entorno las más básicas necesidades afectivas del ser humano? Resulta increíble, poco creíble, pero ¿cómo imaginar nuestras reacciones en un entorno absolutamente desconocido, si bien posible considerando los derroteros que está tomando nuestro mundo?

Comienzo con la misma frase con la que Sansal comienza su novela: “Puede que la religión haga amar a Dios, pero no hay nada como ella para acabar detestando al ser humano y odiar a la humanidad”.



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© 2014 por Beatriz Junquera Cimadevilla. Con mi sincero agradecimiento a Wix.com

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