Crítica a 'La Cátedra de la Calavera' de Margarita Torres
- beatrizjunqueracimad
- 23 sept 2014
- 4 Min. de lectura
La Cátedra de la Calavera es simultáneamente una novela histórica y una novela de ese nuevo estilo que se ha denominado de campus, cuyo título hace referencia a la calavera del primer manteísta de Campos que cayó acuchillado en la Universidad de Salamanca, y cuyos huesos se reverencian cual si de un mártir se tratara. Fue escrita por la escritora Margarita Torres, doctora en Historia Medieval y profesora titular de dicha materia en la Universidad de León. Así, la escritora combina su doble faceta de conocedora de la historia de España y de experta en el mundo académico para contarnos las aventuras de una joven, que huye del que estaba decidido fuera su propio destino, un matrimonio forzado con el sobrino de uno de los más notables inquisidores dominicos, con el fin de convertirse en estudiante de la Universidad de Salamanca. Lo hace de la mano de un personaje histórico, Luisa de Medrano, cuyo padre fue catedrático y rector de la citada universidad, que fue la primera mujer en impartir docencia universitaria en España al sustituir a Antonio de Nebrija mientras este estaba sirviendo en la corte al rey Fernando de Aragón y que en el tiempo en que se desarrollan los hechos narrados en esta novela era vigilada de cerca por los inquisidores dominicos, absolutamente contrarios a la impartición de docencia por parte de las mujeres. En la época en que se desarrolla la historia Isabel de Castilla había fallecido y la corona era ocupada por Juana de Castilla, ya viuda. Los acontecimientos que se narran en este novela cuentan con unos vigilantes de excepción, los denominados “los perros de Dios”, los inquisidores dominicos, que, por otra parte, mantenían una notable distancia con los miembros de sus orden afincados en Salamanca.
En un entorno de lucha entre la apertura de los nuevos humanistas, que pretenden dejar atrás el Medievo, cuyo principal exponente en la novela es el rector Maldonado, frente a los denominados “perros de Dios”, los inquisidores dominicos. Obviamente, nos encontramos con un entorno donde lo más frecuente son las guerras encarnizadas por el poder entre ambas facciones. A esa universidad, de la mano de su prima Luisa de Medrano, llega Isabel de Vargas, la cual, con el fin de ingresar en la Universidad, adquiere una identidad masculina, tras convertirse en Pedro Bravo. Luisa encarga su custodia a Antonio Pimentel, un estudiante de medicina que “si no se licencia, únicamente se debe a su condición de hijo ilegítimo”. A partir de entonces, Pedro y Antonio caminarán juntos. De esta forma, Pedro tiene la oportunidad de convivir con lo más bajo de la ciudad de Salamanca, algo absolutamente desconocido para él. En ese entorno, y con un Antonio absolutamente ignorante de la verdadera identidad de Pedro, las percepciones mutuas de nuestros protagonistas van cambiando paulatinamente.
De pronto, es asesinado Fadrique Enríquez, prometido de Luisa de Medrano y sobrino del almirante de Castilla. De ahí, que autoridades universitarias e inquisidoras, con sus batallas de por medio, inician una concienzuda investigación para esclarecer los hechos. Sin embargo, este no sería el último de los asesinatos. Entre ellos, una característica común, el denominado ‘mal portugués, una enfermedad venérea cuyos síntomas marcaban de forma inequívoca a los enfermos una vez transcurrido cierto período de tiempo. La muerte, asimismo, estaba relacionada con la desaparición de un arca de Colón que el rector de la Universidad de Salamanca custodiaba.
Con estos antecedentes, Margarita Torres narra la historia de una ciudad, Salamanca, que “vivía por y para su universidad”, la cual se caracterizaba por la paradoja de ser, a la vez, “el crisol de la nueva cultura que se estaba forjando en Europa” y “patria común para todas las codicias y deseos”, lo cual es un buen pretexto para perder el pensamiento en el debate acerca de hasta dónde hemos logrado superar dicha dualidad.
La Cátedra de la Calavera describe, asimismo, a la institución universitaria como “una fortaleza cerrada a toda persona ajena a los usos, intrigas, manejos torticeros e intereses varios para ocupar cátedras o impartir enseñanzas”, donde “no era infrecuente (…) que un buen padrino allanara el sendero para ocupar tan destacado sillón con total desparpajo académico”. Es, por lo tanto, una novela para los adalides de la modernidad, con mi invitación a reflexionar acerca de hasta qué punto hemos superado estos vicios. Es también un guiño a algunos de mis próximos, de esos que creen que los criterios objetivos deben dejar paso a otros de carácter más subjetivo en los procesos de selección. Su inteligencia sin duda les ha llevado a considerar los potenciales riesgos de dicha apuesta. Sin embargo, con este comentario yo les invito a que se aíslen, al menos ligeramente, de su entorno más próximo, de sus más próximos también, y que intenten valorar la situación desde lejos. Creo que esta novela les puede resultar de gran utilidad. A los legisladores, los responsables últimos del funcionamiento de esta institución universitaria, la novela puede permitirles comprender, en primer lugar, que, cuando soliciten resultados, no olviden de dónde partimos, y, en segundo lugar, que en todas sus decisiones tengan presente que el mundo no se crea y se destruye cada cuatro años, y que las instituciones, incluida la universitaria, están llamadas a sobrevivirles. Sobre todo que en sus decisiones el objetivo principal sea el siguiente: evitar que sea infrecuente la imposición de la voluntad de ese buen padrino al que aludíamos anteriormente. A ellos, esta novela les recuerda que “hay historias que comienzan cuando otras terminan” y ellos son los encargados de propiciar las primeras cortando con precisión y sin sangrías aquellas que deben finalizar. Finalmente, aconsejo esta novela a todos, a políticos y a sociedad, sobre todo porque nunca deben olvidar “que lo que Bolonia no da Salamanca no presta”.
De todos modos, aunque manteniendo todo lo anterior, vaya este comentario como homenaje a todas las calaveras que se fueron dejando en el camino, pero especialmente a todos los efectos colaterales que han logrado sobrevivir, para que jamás nadie pueda repetir eso de que "en el amor y en la guerra vale todo", al menos no aquí.
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