Crítica a 'Sigmaringen' de Pierre Assouline
- beatrizjunqueracimad
- 27 oct 2014
- 4 Min. de lectura
Sigmaringen es una novela del escritor nacido en Casablanca Pierre Assouline. El Castillo de Sigmaringen es una antigua fortaleza en el pequeño pueblo alemán de Sigmaringen (Baden-Wurtenberg), que fuera la última sede del gobierno colaboracionista francés de Philippe Pétain durante la Segunda Guerra Mundial.
Sigmaringen es una novela escrita en primera persona por uno de los personajes de la misma, Julius Stein, el mayordomo de los príncipes de Hohenzollern, quien, tras el desalojo del castillo por parte de los nazis para albergar al gobierno de Vichy, que huía debido a la presión de los ejércitos aliados, continúa, a petición de los legítimos dueños del castillo, prestando los servicios en el mismo.
Lo más llamativo de la novela es el peculiar modo de afrontar la vida de este mayordomo, al más puro estilo inglés y, dado que el hábito hace al monje, su forma de encarar los problemas y el enfoque de sus análisis tampoco son ajenos a dicha idiosincrasia. En particular, me gustaría destacar una frase que lo define: “El silencio era la lengua que yo dominaba mejor. (…) ¿no dice la Biblia siempre lo que hace la gente y jamás lo que piensa?”. A ello hay que añadir una increíblemente fina ironía: “Mire usted, tengo el defecto de distinguir al señor de sus sirvientes, y la fe de la Iglesia (…) De modo que aprovecho el domingo por la mañana para escuchar tranquilamente música”. En definitiva, “son las grandes cosas las que hacen los grandes mayordomos. Están siempre interesados en servir a dueños de calidad, condición para ser llevado hacia lo alto y consumar la vocación lejos de los mediocres”.
Desde esa perspectiva, aun hoy, nos queda mucho que aprender y de la novela se extraen múltiples oportunidades para la reflexión sobre temas de gran actualidad. En primer lugar, desde el principio Julius nos ofrece una reflexión acerca de la relación entre las propias actuaciones y el alcance moral: “¿Acaso la fidelidad a los horarios no es signo tangible del renacimiento de un país? (…) pero el regreso de la exactitud tiene cierto alcance moral”. Desde mi punto de vista, sobran comentarios adicionales.
En segundo lugar, nos habla del sentido de la vida y de la lucha por la misma, destacando la relevancia de haber peleado por los propios retos para comprender el sentido de la vida: “(…) la firme intención de vivir hasta que llegue la muerte, como solo los supervivientes pueden experimentarla intensamente. (…) tácitamente solidarios (…), tanto por nuestro infortunio como por nuestra implicación colectiva. Algunos hablan, incluso, de nuestra culpabilidad. Sin embargo, no hemos tenido exactamente el mismo pasado”. De nuevo, no necesita añadidos.
No se olvida Julius de la relevancia de conocer de forma próxima al ser humano para ser capaz de evaluarlo. Y lo hace con una expresión que, por sí misma, eleva sin más la calidad de la novela: “Se dice que no hay gran hombre para su ayuda de cámara”.
Francamente espectacular es la descripción que realiza de otro de los protagonistas de la novela, el señor Déat: “cínico, cobarde, egoísta, increíblemente orgulloso, demasiado enteramente por su quimérica búsqueda del poder. Algo sesgado en la mirada que tiñe toda su persona, se lo tomaba todo de través, la gente, las cosas, las palabras; nadie podía afrontarlo, todo en su rostro expresaba la idea de que a los demás nunca les ocurría nada grave”. ¡Fantástico!
Una cuestión para la reflexión acerca de hacia dónde vamos y hacia dónde debiéramos dirigirnos. Un breve comentario acerca de lo que es la autoridad totalitaria: “En público, (…) se complacía dándome órdenes y haciéndose obedecer; pero había algo malsano en su ejercicio de la autoridad, al menos para conmigo (…)”. Un aviso para navegantes.
Su análisis social no es menos brillante. En este punto, me gustaría destacar su muy característica forma de describir al grupo de personas que en Sigmaringen acudían cada domingo a misa: “Muy listillo serían quien lograse distinguir a los devotos de los oportunistas, y a los convencidos de los insinceros. Pues la misa de las once se habían convertido muy pronto en la única distracción regular de todos los franceses de Sigmaringen, tanto de los de arriba como de los de abajo. El primer salón donde se charla. El acercamiento que llevaba a cabo entre la gente del castillo y la gente de la ciudad (…), no estaban allí para el ritual que le precedía, la ceremonia de la bandera a los sones del clarín de la milicia (…) Probablemente era la única ocasión en que la ciudad subía al castillo. La reunión era conmovedora; hubiérase dicho que la religión unía realmente, aunque el vínculo fuera efímero y artificial”. Ocurrente y genial, sin duda.
Finalmente, debe destacarse la verdadera naturaleza de los afines a los grupos totalitarios, si bien ya sugerido por psicólogos sociales, llama especialmente la atención del lector: “El cosmopolitismo natural de las grandes familias aristocráticas, que contaban con primos ricos y poderosos en toda la vieja Europa, la hacía dudar de su lealtad nacionalista” …. El que tenga oídos….
Así, esta es una novela plagada de genialidades que, de un modo sosegado, nos narra un episodio de la historia del que nos queda mucho que aprender aún. Una novela interesante para los aficionados a la Historia, para quienes creen en valores que hoy no están de moda, para aquellos que opinan que nuestra forma de abordar la vida necesita sustanciales cambios y, en general, para cualquier persona que crea en la capacidad del ser humano para trazar su propio futuro”. Y, sobre todo, un recordatorio, que, por presentarse al final, no deja se hace menos importante: “Cada hombre es su propio mayordomo”.
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