Crítica a 'Pan, Educación, Libertad' de Petros Márkaris
- beatrizjunqueracimad
- 26 ene 2015
- 8 Min. de lectura
La entrada de hoy creo que puede servir para entender lo que está sucediendo en Grecia. Creo que esta novela es muy ilustrativa. Os envío mi comentario.
Pan, Educación, Libertad es la novena novela del escritor griego Petros Márkaris en la que el protagonista es el inspector Kostas Jaritos. El escenario de la novela es la Atenas de los primeros días de 2014, si bien sustancialmente diferente del real. Por una parte, en ese día Grecia, a la que “la Historia ha dejado plantada”, España e Italia abandonan el euro (“abandonar un piso para ir a vivir a una buhardilla o a un pequeño estudio”), tras lo cual se produce un ‘corralito’ en los tres países, a lo que en Grecia y en España hay que añadir la suspensión de pagos. Ello provoca manifestaciones, si bien con diferente propósito. Los jóvenes celebran la salida del euro: “Si tenemos que ser pobres, mejor con el dracma”. Para ellos se trata del estallido de una guerra norte-sur. El segundo grupo es el de los pensionistas, que piden que se vaya la Troika, pero que se quede el euro (“con el euro cobrábamos migajas. Con el dracma, no cobraremos nada”). Todo ello en el contexto de una gran incógnita implícita: “¿cómo será la vida mañana?”, en pleno proceso electoral derivado de la dimisión del gobierno, en una Grecia que se muestra absolutamente corrupta (“Hubo cambio de gobierno y los nuevos colocaron a su gente. (…) Reconozco que tengo mis contactos, solo que en estos momentos hay que tener contactos en todos los partidos” o “Los que tienen contactos ocupan puestos cómodos y están de vacaciones laborales permanentes”) y con la extrema derecha atacando a los inmigrantes como si los hechos que acontecían fueran de su responsabilidad. Real como la vida misma, ¿no?
En este festejo, nos encontramos una Europa que no es en absoluto inocente: “En los últimos años todo el dinero que hemos recibido, las ayudas, los fondos europeos de cohesión social, los programas marco para la investigación y el desarrollo, han servido solo para añadir una planta más a las casas. Ni nuevas infraestructuras, ni investigación ni desarrollo”. ¿A qué les recuerda?
El hilo conductor se apoya en tres asesinatos bien diferentes en apariencia. La primera de las víctimas es un constructor, antiguo activista anti-fascista, colega del recién dimitido viceministro Lakodimos, cuyo director financiero había trabajado en su día para la Junta Militar: Yerásimos Demertzís, cuya doble moral personal no es más que la última extensión de sus comportamientos en la esfera pública. ¿Les suena de algo? El segundo es un catedrático de derecho penal de la Facultad de Derecho de Atenas, Nikos Zeologuis, sobre quien me extenderé con posterioridad. El tercero es un sindicalista en la administración pública, Dimos Lepeniotis, que había pertenecido al Frente Antifascista Panhelénico, y con quien en aquel enero de 2014 ningún funcionario quería problemas para no verse sometido a represalias. Tras cada asesinato, un teléfono móvil introducido en el bolso de las víctimas, repetía la misma consigna: “Aquí la Politécnica. Os habla la emisora de los estudiantes libres en lucha, de los griegos libres en lucha”. Tras ello, un final diferente para cada víctima: respectivamente, “No tenemos pan”, “No tenemos educación”, “No tenemos libertad”. En los tres casos varias preguntas: ¿quién o qué grupo ha sido? ¿es obra de un profesional, de un maníaco, de un grupo y, en especial, de la extrema derecha o de un ajuste de cuentas dentro de alguno de los ámbitos de movimiento de los asesinados?
Asimismo, se pueden percibir dos similitudes aparentes entre los tres asesinados. La primera coincidencia es que todos ellos estaban enfrentados a sus hijos precisamente por esa doble moral que les caracterizaba. Una segunda coincidencia son sus vínculos con la denominada ‘generación de la Politécnica’, un grupo de personas que en sus años universitarios habían luchado contra la Junta Militar y, a su caída, habían sustituido a estos en los puestos, llevando a Grecia al estado de corrupción generalizada que hemos descrito. Una aclaración adicional sobre la generación de la Politécnica, la que “pasó al menos diez años jugando con asuntos que no son un juego”, procedente de una reflexión del inspector Jaritos: “(…) la evolución de la generación de la Politécnica, que se parece mucho a la de la Iglesia. Igual que en la jerarquía eclesiástica, que se empezaba siendo diácono para ascender a obispo, en la generación de la Politécnica se empezaba siendo un simple luchador antifascista para llegar a ser empresario, profesor universitario o alto cargo sindical. La única diferencia estriba en que la generación de la Politécnica ascendía los peldaños más deprisa de lo que permite la jerarquía eclesiástica”. ¡Muy bueno el símil! (y permítanme la licencia de aconsejarlo a tantos protagonistas de revueltas que el mundo ha dado). Y acabo con el meritorio calificativo de Jaritos: “la generación de la Politécnica es la generación del narcisismo absoluto”. Creo que no hacen falta más comentarios. El desenlace y la autoría de los asesinatos no son menos sorprendentes.
Kostas Jaritos, su familia y compañeros son los principales protagonistas de la novela, así como las tres víctimas, con su familia y entorno laboral, mientras que, de fondo, hemos tenido la oportunidad de conocer a otros miembros de la generación de la Politécnica, que no han sido tan afortunados precisamente por mantener vivos sus valores de la juventud.
El entorno de trabajo de Jaritos puede definirse como netamente frustrante: “Al viceministro le llovían las preguntas, pero las bofetadas las encajaba yo”, puesto que deben defender el ‘orden’ en una situación en que, como empleados públicos, son las principales víctimas. Recordemos que uno de los compañeros del inspector Jaritos trabajaba como guardia de seguridad para complementar su sueldo y permitirse, así, comprar las medicinas de sus padres. Con una convicción: “la palabra del estado griego vale tanto como la palabra de una pitonisa”. Tras la dimisión del ministro, todo se complica: “Ahora que nos hemos quedado sin cabeza, apestaremos todos”. De hecho, Jaritos pone de manifiesto que aquellos colegas con menor ‘aguante’ optan por apagar el televisor. ¿Les suena de algo?
La novela es una sucesión de dualidades, de las cuales me gustaría destacar las que considero las que mayor atención merecen. La dualidad entre el entorno familiar de Jaritos, dirigido por su esposa Adrianí, con “el sentido común como especialidad” y cuyos milagros diarios para mantener a la familia son una constante frente al despilfarro de los dirigentes. O la que distingue a los griegos que, por ejemplo, imparten docencia gratuitamente en una academia frente a sus mandatorios. También la que enfrenta a los griegos más jóvenes contra los más ancianos, entre las cuales encontramos al principal responsable, la generación de la Politécnica. Es la dualidad de quienes ven la esperanza en la salida del euro, los jóvenes, frente a quienes pretenden seguir con la moneda europea, los pensionistas. De los primeros la mayoría está en el paro y quienes trabajan llevan meses sin cobrar. Los segundos vinculan las tropelías de los jóvenes y sus padres al fatídico destino de Grecia. Mientras, los primeros responsabilizan a los pensionistas de cobrar rentas en muchos casos fraudulentas.
No menos relevante es la dualidad de los que un día compusieron la Generación de la Politécnica, la diferencia entre aquellos que pagaron “durante años y nunca les saldaron la deuda” y aquel grupo donde cada individuo “cobró y sigue cobrando”. Uno se pregunta qué pasó con este segundo grupo, esto es, si habrían entrado en la lucha anti-fascista por ideales y los perdieron en la prisión o, por el contrario, si ya entraron corruptos y con el único objetivo de convertirse en ‘los protagonistas’, si fue la necesidad de ser visibles lo que los arrastró a la única forma posible de cobrar protagonismo en la época en que se convirtieran en adultos. Si no es así, ¿cómo explicar, entonces, su alistamiento para acabar delatando a los más próximos? Yo apuesto por esta explicación de raíces freudianas: ¿no será que, ante todo, este segundo grupo de miembros de la generación de la Politécnica entraron en la lucha anti-fascista solo por hacerse notar, por convertirse en el punto de mira de toda una nación? Esta segunda hipótesis explicaría que el ‘parecer’ frente al ‘ser’ fuera lo realmente importante, los ‘chivatazos’ de los colegas, las posteriores ‘extorsiones’, así como ese apodo de la ‘generación del narcisismo’ con que Jaritos los bautiza, un narcisismo capaz de llevar a la ruina a todo un país, no lo olvidemos. ¿No les sugiere esto algún recuerdo?
Por deformación profesional no puedo evitar dedicar un comentario especial al asesinato del profesor Zeologuis en el ámbito universitario. Solo dos declaraciones para la reflexión. La primera es la de su hija Lukía, que, como había comentado, mantenía pésimas relaciones con su progenitor: “Habría podido aprobar los cursos universitarios sin abrir un libro. (…) Habría podido sacarme un máster y el doctorado haciendo el mínimo esfuerzo. Y todo por ser la hija de Zeologuis, que pertenecía a la generación de la Politécnica y de la resistencia. (…) Que mi padre estaba metido en todas las intrigas universitarias. Que protegía a los estudiantes afiliados a los sindicatos y que los chicos aprobaban sus asignaturas sin abrir un libro, porque él les pasaba las preguntas de los exámenes. (…) sabía que mi padre ambicionaba el cargo de rector y para ello necesitaba los votos de los sindicatos estudiantiles. (…) Tal vez usted crea que la universidad es el templo del saber. Lo es, señor Jaritos, pero también es el templo de la hipocresía. Con cada peldaño que ascendía, mi padre se alejaba de la resistencia y la clandestinidad y se acercaba a la hipocresía. Yo no tenía nada que ver con esa historia”. Produce pavor, pero ¡ojalá Grecia, ojalá el sur de Europa cuente con muchas de esas jóvenes Lukías! Entonces sí que habría esperanza. Desde España, ¡olé por estas clarividentes Lukías!
El segundo testimonio de gran interés es el de quien fuera director de tesis de Zeologuis: “Soy un hombre de derechas, comisario. Nunca estuve a favor de la dictadura, pero siempre he sido un conservador. ¿Sabe lo que significa ejercer en la Universidad tras la caída de la Junta Militar siendo de derechas? Bastaba la menor denuncia, aunque careciera de fundamento, para desprestigiarnos. (…) Todos habían decidido que (Zeologuis) se doctorase. Solo un suicida se hubiera atrevido a oponerse. Callé y lo dejé pasar (el plagio). Le mentiría si le dijera que me avergüenzo de ello. (…) En la Facultad de Derecho no sucedía nada que él no aprobara. (…) La gente cree que la universidad es el templo del saber. (…) Lo es, pero como sucede en cualquier otro templo, también allí se reparten las vestiduras. La única diferencia es que, en la universidad, en el sorteo de la túnica prevalecen las alianzas sacrílegas, los contubernios y los intereses ocultos”. De nuevo, pavoroso y otra vez ¡olé por las Lukías y los Lukíos que desafían este entorno en todas las universidades del mundo!
La gran fortaleza de este libro es su historia misma. Márkaris muestra un país, Grecia, culpable, o al menos co-culpable, de su propia Historia, que ahora los ha dejados plantados, un país donde casi todos, a su manera, son de algún modo culpables o cómplices: “La generación de la Universidad Politécnica derribaron al tirano, pero ellos se convirtieron en los nuevos tiranos”. Exclusivamente tres pequeñas críticas a la novela. La primera es el amasijo de calles de Atenas que aparecen en el texto. Para entender realmente el escrito sería necesario tener en la cabeza el mapa de Atenas. En segundo lugar, en entornos de tanta escasez, donde lo peor del ser humano emerge, me resulta difícilmente creíble el ambiente laboral del inspector Jaritos. Finalmente, una crítica a la traducción, que considero debiera haber cuidado más sus leísmos.
Cuando se publicó la novela en español en septiembre de 2013, leí unas pocas páginas y la dejé. Aterrorizaba. Hoy, superada, al menos de momento, aquella terrible tormenta financiera, pude enfrentarme a ella, así que, desde una perspectiva más objetiva, nunca había leído una novela que indujera de igual modo a la reflexión sobre un asunto de tal actualidad. La visión que se nos ofrece, una perspectiva compleja del problema y carente completamente de maniqueísmo, obligará al lector a reflexionar sobre la realidad en que vive y sobre su propia responsabilidad. Por otra parte, creo que podría convertirse en el punto de partida del guion de una película absolutamente apasionante. Recomendable para personas con sensibilidad social, para aquellos a quienes ninguna explicación ha satisfecho aún, para los interesados en los problemas del mundo actual o en Historia Contemporánea, para los atentos a temas de carácter político y estratégico y a todos aquellos que quieran leer algo más que una buena novela.
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