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Crítica a 'Nosotras que lo Quisimos Todo' de Sonsoles Ónega

  • beatrizjunqueracimad
  • 2 mar 2015
  • 4 Min. de lectura

Nosotras que lo Quisimos Todo es la nueva novela de la periodista, además de escritora, Sonsoles Ónega. En un contexto absolutamente contemporáneo, una directiva de nombre Beatriz que trabaja en una empresa multinacional de lencería se enfrenta a un serio dilema en su vida. Le ofrecen un excelente puesto en Hong Kong, pero tiene marido y dos hijos. Inicialmente se plantea dos opciones igualmente insatisfactorias para ella. La primera es irse dejando atrás a su familia y la segunda es renunciar. Sin embargo, es precisamente ese dilema lo que la incita a reflexionar sobre un sinfín de cuestiones clave en la vida actual de la mujer. Comienza denominándolo ‘el timo’, lo que ha ocurrido a la mujer trabajadora actual. ¿Lo es realmente? Si es así, ¿quién o quiénes son los responsables? Y de ahí van surgiendo más y más preguntas.

Algunas escenas descritas en el libro, aparentemente simples, encierran mensajes de gran calado. Cuando inicialmente debe exponer un programa y percibe que sus dedos están llenos de laca, duda entre salir corriendo y “sentarse sobre las piernas del consejero”, pero continúa, pero se sienta y resuelve la situación chupándose el dedo incluso con la duda de que el consejero delegado piense que se está insinuando, que, evidentemente, sería lo que estaría ocurriendo. Es una narración que describe de forma perfecta lo que es la esta empresa moderna que nos hemos ido creando.

Ese mismo nivel de acierto lo muestra al describir a la mujer que, a pesar de dedicar a la empresa las horas de las que no dispone, a pesar de ser consciente de que es buena en su trabajo, lo que únicamente puede significar que ha logrado con creces los resultados que se le han fijado, considera absurdo creer que sus jefes fueran a pensar en ella para un ascenso. Incluso creen que lo racional es optar por alguien nuevo o por la recolocación de un veterano y conformándose que, de este modo, tendría que viajar menos a China.

No se olvidan, sin embargo, temas que, por más generales, no resultan menos relevantes, como la idea de que “las mujeres siempre estamos pidiendo perdón y permiso”. ¿Por qué? O la de “aprender a no verbalizar los sentimientos”. La conclusión de que no se podía renunciar de esas otras mujeres que nacieron cuando aún era más difícil ser mujer. El “a mí me encantaría que un buen día mu jefe entrara en mi despacho y me dijera: te admiro”, que muchas hemos pensado algún día, aunque sabíamos que, si eso llegara a darse, sería porque algún muerto habría que esconderle en el armario y, en caso contrario, sería absurdo. Experiencias llamativas, como la de Halla y Kristin, llenan las páginas de este libro. La idea de que por lo menos “la democracia nos devolvió la mala leche”, con lo importante que es en la práctica para nuestras posibilidades.

Y una certeza que a nadie se nos escapa: “las ejecutivas somos más perseverantes, más perfeccionistas y más constantes. Incluso la inseguridad que siempre dicta nuestros comportamientos y nuestros procesos de toma de decisiones es un valor en alza porque nos hace menos impulsivas, una cualidad propia del macho jefe, que se envalentona y decide A, cuando, en realidad, debió optar por B. El problema es cuando traicionas tus virtudes”. Y lo hacemos, vaya si lo hacemos. Y esas mujeres, como la secretaria de Beatriz, que cree que las mujeres no pueden tener todo en la vida, lo que, en realidad, todos hemos pensado en algún momento. Y tantas otras cuestiones.

Esta novela aborda con valentía un tema de forma profunda y a la vez desenfadada, pero que pocas personas se han atrevido a presentar de forma tan descarnada y sin pizca de maniqueísmo. Aborda el tema de conciliación como objetivo fundamental, aunque implícitamente va dejando caer algunos otros temas de imprescindible análisis por el bien de la sociedad. Sin embargo, queda otra parte. La vida de esas otras mujeres, que casadas y/o con hijos o no, tienen problemas de otra naturaleza, las que conviven con superiores que piensan que sus subordinadas son mujeres antes que cualquier otra cosa, que hayan demostrado lo que hayan demostrado su puesto es la de becarias del resto, que, si hay que sacrificar a alguien, que sea una de estas mujeres, que se permite faltar al respeto siempre que sea individualmente, que degrada a esa mujer frente a sus compañeros inventándose mil patrañas cuando ella no está presente, que incita a otras mujeres a presumir de que “la que no tiene cabeza tiene que usar otras armas”. Y un largo etcétera. Esa es la otra gran guerra, que, en mi opinión, tardará más en vencerse, pero que algún día tendrá que acabar del lado de la justicia, esa justicia que ese tipo de hombres creen que es tan solo una especie de fe propia de las mujeres más débiles.

Gracias, Sonsoles, por esa dedicatoria a todas nosotras del comienzo del libro, aunque lamento decir que temo mucho que el segundo grupo es de lo más exiguo: “A todas las mujeres que pelean cada día y a todos los hombres que creen en ellas”. Es lo que, a continuación, debiera cambiar.

 
 
 

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