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Crítica a 'El Juego Sigue sin Mí' de Martín Casariego

  • beatrizjunqueracimad
  • 9 mar 2015
  • 2 Min. de lectura

El Juego Sigue sin Mí es una novela del escritor Martín Casariego contada por el protagonista principal, Ismael. Ismael cuenta la historia de su vida cuando tenía trece años, pero desde la perspectiva de un hombre ya maduro, precisamente en el momento en que finaliza sus estudios universitarios, una etapa vital en que, por una parte, todo el mundo comienza a hacer balance, además de ser una fase de la vida donde, al ir conociendo nuevas realidades, todo el mundo comienza a juzgar su pequeña historia con una mayor amplitud de miras.

Quizá por eso es una narración en la que el narrador no entiende muy bien nada, en particular nunca tiene del todo claro si cada uno de los acontecimientos que van transcurriendo por su vida fueron ‘para bien o para mal’. En particular, el narrador se detiene en un personaje que fue su profesor particular de matemáticas, pero que a medida que va transcurriendo la novela, se transforma en mucho más, en una especie de líder. Sin embargo, se trata de una relación enferma desde el principio, una relación en la que vemos dudas continuas, e incluso nubarrones, una relación que se entromete en otras relaciones, también complejas, que vive el narrador y, en particular, con su hermana. Una relación de amor-odio, por otro lado no tan extraña.

Hasta ahí todo plausible. Sin embargo, nos llama la atención la novela por su desgarradora sinceridad. El narrador podría haberse hecho el interesante adornando los acontecimientos e incluso haciéndose pasar por un individuo más fuerte y más seguro. No obstante, decide plantear todas sus dudas sobre el papel. ¿Por qué? Desde mi punto de vista, esta novela es una crítica encarnizada a la mentira constante, a la hipocresía, a la imposibilidad que muchas veces padecemos de conocer a quien tenemos habitualmente a nuestro lado.

Pero, ¿por qué? A lo largo de la lectura del libro nos parece que la vida de este sujeto es una vida no sé si normal, pero, al menos, habitual. Está Rai, un tipo algo menos habitual, si bien cada vez más común. Somos conscientes de que nada sabemos de Rai a medida que leemos el libro, si bien no adivinamos hasta cuándo. No sabemos siquiera si existe una esencia de Rai. Sabemos que es un oportunista y que miente más que habla, pero ¿cómo y por qué vive y piensa Rai? ¿Es feliz? ¿Hay alguna esencia en Rai? Estas y otras muchas preguntas son la esencia de este libro.

Y ahí está el final, ese final imprevisible, ese comportamiento del narrador como protector de la familia a sus trece años. Esa locura que nunca sabremos las secuelas que dejó. Es uno de los aspectos más maravillosos del libro, ese final que nadie habremos imaginado. El narrador nos hace centrarnos hasta tal punto en Rai y en los individuos que conocemos semejantes a él, que no nos atrevemos a creer que no tiene límites, ninguno como demuestra.

Y es una novela pesimista, porque nos hace ver que es fácil que no conozcamos a muchos de los que nos quedan más cerca. A la vez, es una novela optimista, que nos cuenta que un individuo puede sobrevivir a pesar de todo, hasta un punto que, esta vez afortunadamente, tampoco encuentra límites.

 
 
 

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