Crítica a 'Un Peso en el Mundo' de José María Guelbenzu
- beatrizjunqueracimad
- 23 mar 2015
- 4 Min. de lectura
Un Peso en el Mundo es la última novela de José María Guelbenzu. Dos son los protagonistas principales: dos profesores de universidad, maestro y discípula. Él retirado en la zona rural del norte de España y ella en plena carrera profesional, dudando sobre su futuro profesional y laboral. En el entorno, aunque no presentes, las hijas y el marido de ella, sus padres y su tía, Sara, la mujer de él, un nombre propio continuamente presente en sus conversaciones, e incluso en sus silencios.
Ella va a verle para discutir con él acerca de una decisión que corresponde en exclusiva a su vida (la de ella). Sin embargo, el elemento central es él. Son los únicos personajes que interactúan en el libro. No obstante, la figura central de la novela es él, un catedrático jubilado viudo de una generación donde llegar a catedrático en la universidad española siendo muy joven era algo relativamente fácil siempre y cuando supieras moverte ‘adecuadamente’, lo cual infería carácter. Y ella se lo dice con claridad: “por favor, olvidemos los juegos de ingenio universitario (…) los detesto”. Es, por otra parte, un hombre vacío, inmoral y amoral simultáneamente, un hombre (¿lo es?) que se ha creado su propia máscara y que, de tanto interpretarla, poco a poco, han llegado no solo a asumirla, sino también a creérsela. Es un cínico, hasta límites insospechados. Uno mientras lee la novela continuamente se pregunta: ¿para qué le pregunta, ella? Si no va ayudarla… Es un soberbio, un arrogante, un pavo real deprimente. Ella le dice: “¿Te estás haciendo el interesante? Bueno, el viejo maestro de la seducción sigue haciéndose labor de zapa, te conozco, te recuerdo muy bien. Dime, ¿te escondes también de las mujeres, además de las masas?”. Y aún más: “Qué horror, qué horror, cállate; te estás poniendo cursi, y pesado, y puede que acabes de patético, que sería lo peor. O a lo mejor es que siempre has sido así y, ahora, con la distancia, se te nota todo, yo te lo noto”. Y continúa, es una constante: “Has vuelto a intentar ser Dios conmigo, como siempre, como has hecho siempre. Ahí no hay amistad que valga. Tú tienes que ser superior, tienes que ser el maestro. No ha habido franqueza, ha habido soberbia, esa soberbia que espero que te dañe a ti como lo has hecho conmigo”.
Sin embargo, él intenta hacerse notar. Antes, lo hacía con el poder y el aura que le infería su posición, su reconocimiento y su puesto. Ahora, había llegado a lo patético, ella se lo dice, y se dedicaba a quejarse. E insiste: “Hace tiempo, no te quejabas”. Y a él le vuelve a salir la soberbia: “Hace tiempo, querida mía, no necesitaba llamar tu atención de esa manera”. También es misógino, el progresista (sic): “En cambio tú eres malvada, como todas las mujeres cuando se sienten acorralados”.
Al final, ella define su maldad con las personas que ella llama ‘su círculo’, “donde las normas las fijas tú y puedes dirigir los destinos de las personas que toman ese conjunto de normas como una visión completa y cerrada del mundo. Pero el mundo, y la realidad, son inabarcables y tratar de regirlos es como poner puertas al campo”. E insiste: “tú no pretendes ser mejor, no creo que lo hayas pretendido nunca (…), quizá bajo tu modo de estar de paso sobre las cosas haya un pozo inmenso de vanidad lleno hasta la misma boca y del que te alimentas; pero tú nunca has deseado ser mejor, solo has deseado a los demás. Quizás has hecho daño, mucho daño, a mucha gente que ha acudido a ti para saber y, al enseñarlos, te has quedado con sus almas”. ¿A que les recuerda a alguien…?
Pero todavía va más allá: “Cuando un alma te cansa, la sueltas, la dejas caer dentro del caldero que hierve, como los brujos malvados de las viejas historias. Yo, a pesar de todo, me resistía a abrasarme”. ¡Qué bonita forma de analizarlo!
En medio de todas estas conversaciones, se esconden muchas sombras, muchas historias, mucho pasado sin aclarar en la vida de ambos, pero especialmente en la vida de él. Son episodios que de nuevo insisten en la descripción que ella realiza sobre él.
La novela está llena de tópicos, la vida de él es un tópico absoluto, lo cual hace que resulte no solo aceptable, sino también razonable, su presentación de este modo. Es una buena descripción y muy interesante. Todos sabemos que esos personajes existen y que son absolutamente así. Por mi parte, me resulta más difícil de entender la postura de ella. Sí son comprensibles sus años de estudiante, pero no para una mujer de cuarenta y tres años, que ya ha vivido y lo sabemos. Ella lo conoce, perfectamente, y así y todo viene a hablar con él de su futuro. Una mujer madura nunca habría hecho eso. Y ella lo es, a pesar de las incertidumbres de la vida, de los miedos, de los interrogantes. ¿Quién no los tiene hoy en día estando el mundo como está? Ahora bien, precisamente por eso, esa mujer nunca habría ido a parar a un individuo como el que ella misma nos define en el texto. También es cierto que, de no haber sido así, tampoco habríamos tenido novela, aunque quizás habría sido mejor que se encontraran, por casualidad. Tampoco tiene sentido la correspondencia que parecen mantener habitualmente. Para ella él es una rémora, es un fantasma del pasado, y es una mujer ocupada, con vida. ¿Para qué? Es difícil entenderlo. Lo realmente creíble, y que lo convierte en un perfecto final, es: “Como tú bien dices, la vida es sucia. Pero lo que yo vaya a hacer es algo que a ti no te incumbe”.
Sin embargo, aunque no lo mejor de Guelbenzu, es una novela a su altura, lo cual ya es mucho. Quizás Guelbenzu logre describir este tipo con maestría, porque se trata ni más ni menos de los universitarios de su época, de aquellos que llevaban la miseria dentro y, sin embargo, pensaban que el olor venía de fuera, de ese mundo que detestan. Esa generación de varones que a mí personalmente me produce tanto sarpullido. Recomiendo, sin embargo, su lectura. Creo que no puede entenderse ni la sociedad actual ni la historia de nuestro país y sus problemas cotidianos sin conocer con cierta precisión a este grupo de personas que, desde mi punto de vista, tanto daño han logrado hacer. Léanla. Les aseguro que simultáneamente aprenderán y disfrutarán.

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