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Crítica a 'Sumisión' de Michel Houellebecq

  • Beatriz Junquera
  • 21 may 2015
  • 19 Min. de lectura

Sumisión es la última novela del prolífico escritor francés Michel Houellebecq. El protagonista-narrador de la novela es Francois, un profesor universitario mediocre. La novela, que puede encuadrarse en el género de política ficción, se enmarca inicialmente durante la campaña en las elecciones presidenciales francesas de 2022 para, a posteriori, narrar los dramáticos acontecimientos a que se verá sometido el país en sendas vueltas de dichas elecciones, incluyendo la formación de alianzas, y, finalmente, las primeras acciones de gobierno y el influjo de las mismas en la vida de la población durante ese período. Por otra parte, con el pretexto de los acontecimientos, el autor nos ofrece un agudo análisis de la sociedad francesa actual. De hecho, la narración comienza con el siguiente recurso: “en nuestras sociedades todavía occidentales y socialdemócratas, (…) han desarrollado una adicción más violenta a ciertos productos (…) galvanizados por la adoración de iconos variables”. Y la labor salvadora de la literatura: “Pero sólo la literatura puede proporcionar esa sensación de contacto con otra mente humana, con la integralidad de esa mente, con sus debilidades y sus grandezas, sus limitaciones, sus miserias, sus obsesiones, sus creencias: con todo cuanto la emociona, interesa, excita o repugna. Solo la literatura permite entrar en contacto con el espíritu de un muerto, de manera más directa, más completa y más profunda que lo haría la conversación con un amigo, pues por profunda, por duradera que sea una amistad, uno nunca se entrega en una conversación tan completamente como la hace frente a una hoja en blanco”.

La literatura es una excusa, asimismo, para desempeñar un segundo papel: “la literatura, además, siempre ha tenido una connotación positiva dentro de la industria del lujo”. Y, como consecuencia, la frustración de Francois, nuestro protagonista, en primer lugar, como docente: “Las pocas clases particulares que di con la esperanza de mejorar mi nivel de vida me convencieron enseguida de que en la mayoría de las ocasiones la transmisión del saber es imposible, la diversidad de las inteligencias es extrema y que nada puede suprimir ni siquiera atenuar esa desigualdad fundamental”. Una vida tan caduca que incluso convierte en patéticos sus comentarios: “quizá sería mejor que me decantara por un compromiso político, los militantes de los diferentes partidos vivían en ese período electoral unos momentos intensos, mientras yo me marchitaba”. La vida sexual del profesor universitario protagonista de la novela es absolutamente coherente con su frustración general: “La diferencia de edad con esas alumnas (…) solo poco a poco se introdujo una dimensión de transgresión, ligada más a evolución de mi estatus universitario que a mi envejecimiento real o incluso aparente”. De entre estas alumnas, una ocupará un papel especial, Myriam, no por la relación amorosa que mantiene con ella, tan irregular como la propia vida de Francois, sino porque Myriam es judía, por lo que representará un papel clave en la novela, ya que a través de ella es por donde vislumbraremos el futuro de esta etnia en esa Francia de 2022.

El único aspecto que aportaba estabilidad a nuestro protagonista era su barrio, Chinatown, donde nada parecía cambiar a pesar de los terribles acontecimientos que se iban sucediendo.

Y comienza a explicar los acontecimientos por donde mejor conoce, por el interior de la universidad, donde, progresivamente, se va mostrando una comprensión cada vez mayor hacia los musulmanes y sus preguntas y, por ende, un rechazo más evidente hacia el resto de culturas: “Amar Rezki, conocido por sus trabajos sobre los autores antisemitas de principios del siglo XX, acababa de ser nombrado profesor. Además, insistió, la conferencia de rectores se había sumado recientemente al boicot de los intercambios con profesores israelís, iniciado en un primer momento por un grupo de universidades inglesas”. Aparece, también relacionado con su carrera profesional, el momento en que se encontraba realizando su tesis doctoral, cuando establece contacto con los grupos católicos franceses, que también nos describe, especialmente para ayudarnos a entender ese dominio que en poco tiempo habían obtenido los musulmanes en un país como Francia: “En la época en que redactaba mi tesis, mantuve contacto con diversos círculos católicos realistas de izquierdas que divinizaban a Bloy a Bernanos, y me tentaban con alguna carta manuscrita hasta que me di cuenta de que no tenían nada que ofrecerme, ningún documento que no pudiera encontrar fácilmente por mí mismo en los archivos normalmente accesibles al público universitario”. En definitiva, vendedores de humo, en eso se habían convertido los grupos católicos franceses para nuestro autor.

Los hechos prosiguen. Más anécdotas internas en la universidad, antes incluso de la primera vuelta en las elecciones: “tres tipos de unos veinte años, dos árabes y un negro, bloqueaban la entrada, no iban armados y parecían bastante tranquilos, su actitud no era amenazadora, pero obligaban a pasar entre ellos para acceder al aula y me vi obligado a intervenir”. Venían a controlar a sus hermanas, vestidas rigurosamente con burka. “(…) circulaban rumores de agresiones a profesores en Mulhouse, en Estrasburgo, en Aix-Marsella y en Saint-Denis, pero nunca había conocido a un colega agredido y en el fondo no me lo acababa de creer, y según Steve los movimientos de jóvenes salafistas y las autoridades universitarias habían llegado a un acuerdo y veía una prueba de ello en que los golfos y los traficantes habían desaparecido por completo, desde hacía ya dos años, de los alrededores de la facultad. ¿El acuerdo comportaba una cláusula que prohibía el acceso de las organizaciones judías a la facultad? Eso también era solo un rumor, difícilmente verificable, pero el hecho era que desde el último inicio de curso la Unión de Estudiantes Judíos de Francia ya no estaba representada en ningún campus de la región parisina, mientras que las juventudes de la Hermandad Musulmana habían multiplicado sus delegaciones por todas partes”.

Su compañera preferida, Marie-Francoise, “aquella vieja bruja divertida” será el personaje a través del cual el autor nos contará el destino de las mujeres en la medida en que los grupos musulmanes aumentan su poder. Marie-Francoise participaba en un nutrido grupo de comités consultivos, si bien creía que sería sustituida en breve por un tal Robert Rediger, todo ello antes de la primera vuelta de las elecciones. Más adelante les contaré una segunda componente del interés de este personaje, que será clave en la primera parte de la novela. Le pronostica que a la segunda vuelta pasarán el Frente Nacional y la izquierda, algo que, en esta narración de política-ficción, ya habría sucedido en 2017. Ya aceptan la posibilidad de que sea la Hermandad Musulmana, y no la izquierda, quien pase a la segunda vuelta. Sin embargo, esto no es causa de preocupación, pues “los votantes de la Hermandad Musulmana procederían en un 99% del Partido socialista, y eso no cambiaría en ningún caso el resultado, pero las palabras correlación de fuerzas siempre imponen en una conversación”.

Sus encuentros con Myriam nos permiten conocer sus miedos, incluso ese machismo interior que todo varón que no encuentra lugar en la sociedad occidental hace emerger: “nunca he estado convencido de que sea buena idea que las mujeres puedan votar, estudiar lo mismo que los hombres, acceder a las mismas profesiones, etcétera”, algo que, evidentemente, sin ese poder creciente, incluso antes de las elecciones, de la Hermandad Musulmana y de los grupos a ella vinculados, nunca habría sido capaz de confesar.

El autor contextualiza el surgimiento de la Hermandad Musulmana dentro de un contexto donde “los países occidentales estaban extremadamente orgullosos de ese sistema electoral que, sin embargo, no era mucho más que el reparto de poder entre dos bandas rivales, y llegaban incluso a declarar guerras para imponerlo a países que no compartían su entusiasmo”. La Hermandad Musulmana surge con un modelo anteriormente usado por el Partido Comunista francés: “la acción política propiamente dicha se extendía a través de una red de movimientos juveniles, instituciones culturales y asociaciones caritativas”. En este contexto, y para la segunda vuelta, aunque los simpatizantes de derechas se ven dispuestos a cruzar la barrera y votar al frente nacional, los de izquierda eran más reticentes a dar el apoyo a los musulmanes.

La visita a otro profesor universitario, esta vez del primer escalón (el inferior), nos permite conocer más acerca de la situación de aquel París pre-primera vuelta. Se trata de Lempereur, un profesor que no vive de acuerdo con su estatus como tal (“Seguro que no es gracias a su sueldo de profesor en el primer escalón”, señala nuestro protagonista al descubrir el “pequeño palacete, señorial y elegante” donde vive). La conversación versa sobre la actualidad política y, especialmente, sobre la ausencia de noticias acerca de los disturbios en las noticias: “no entiendo por qué han decidido ese silencio total: no entiendo qué pretende el gobierno”. Y un interlocutor que parece excesivamente bien informado: “tienen mucho miedo de que el Frente Nacional gane las elecciones. Y cualquier imagen de violencia urbana supone más votos para el Frente Nacional (…) si se fija cada vez que las cosas se han salido de madre estos últimos meses, había en el inicio una provocación antiislam: una mezquita profanada, una mujer obligada a quitarse el nicab bajo amenazas”. Es entonces cuando surge en la conversación un nuevo grupo protagonista de esa Francia convulsa: los movimientos identitarios. Nuestro protagonista aborda directamente a su interlocutor, recibiendo una respuesta que más adelante en el comentario nos quedará más clara: “Es cierto que pertenecí a un movimiento identitario, hace unos años, cuando preparaba mi tesis. Eran identitarios católicos, a menudo realistas, nostálgicos, sobre todo románticos, y también alcohólicos en la mayoría de los casos (…) el Bloque Identitario era cualquier cosa menos un bloque, estaba dividido en múltiples facciones que se entendían mal y se llevaban peor: católicos, solidaristas ligados a la tercera vía, realistas, neopaganos, laicos puros y duros procedentes de la extrema izquierda… Pero todo cambió con la creación de los Indígenas Europeos. Al principio se inspiraban en los Indígenas de la República (…) rechazamos la colonización musulmana (…) igualmente las empresas norteamericanas (…) sobre todo, su página en internet era muy innovadora gráficamente”.

A ello siguió un peculiar análisis: “la trascendencia es una ventaja selectiva: las parejas que se reconocen en una de las tres religiones del Libro, las que mantienen los valores patriarcales, tienen más hijos que las parejas ateas o agnósticas; las mujeres tienen menos educación, y el hedonismo y el individualismo tienen menor peso. (…) la trascendencia es, en buena medida, un carácter genéticamente transmisible y las conversiones o el rechazo de los valores familiares solo tienen una importancia marginal. (…) El humanismo ateo, sobre el que reposa el ‘vivir juntos’ está por lo tanto condenado a corto plazo (…) Para los identitarios europeos está claro que, tarde o temprano, estallará necesariamente una guerra civil entre los musulmanes y el resto de la población. (…) El rechazo hacia los musulmanes es casi igual de fuerte en todos los países europeos pero Francia es un caso muy particular (…) Si los jóvenes militantes identitarios, y casi todos ellos son jóvenes, se inscribieran masivamente en las convocatorias de alistamiento de las fuerzas armadas, podrían tomar el control ideológico de las mismas en un tiempo relativamente breve. Es la línea mantenida por la rama política del movimiento (…) la ruptura con la rama militar, partidaria del paso inmediato a la lucha armada (…) la situación podría ser diferente en otros países, en particular en Escandinavia. La ideología multiculturalista es aún más opresiva en Escandinavia que en Francia, y los militantes identitarios son numerosos y aguerridos (…) una insurrección general en Europa, tal vez vendrá de Noruega o Dinamarca; Bélgica y Holanda también son zonas potencialmente muy inestables”.

Llega, entonces, la noche electoral: “se anunciaba como un vino de excelente cosecha y que iba a vivir un momento de televisión excepcional. Pujadas (el periodista encargado de llevar el programa, próximo a Manuel Valls) mantenía su gran profesionalidad, pero el brillo de su mirada no llevaba a engaño: los resultados que ya conocía, que tendría derecho a divulgar al cabo de diez minutos, eran una enorme sorpresa; el paisaje político francés iba a sufrir una conmoción (…) Es un terremoto. (…) Frente Nacional (…) 34,1%” (partido socialista y Hermandad Musulmana empatados alrededor del 22% y el candidato de derechas el 12,1%). A media noche “Mohamed Ben Abbes, el candidato de la Hermandad Musulmana, alcanzaba la segunda posición con el 22,3% de los votos. Con el 21,9%, el candidato socialista quedaba descartado. Manuel Valls pronunció un breve discurso, muy sobrio, en el que felicitó a los dos candidatos que habían superado la primera vuelta y postergó toda decisión hasta la reunión del órgano dirigente del Partido Socialista”.

No podía faltar, claro está, la interpretación de nuestro protagonista: “el sistema político en el que estaba acostumbrado a vivir desde mi infancia se resquebrajaba visiblemente desde hacía bastante tiempo y quizá iba a estallar de golpe. (…) Quizá la actitud de mis estudiantes de máster: tan amorfos y despolitizados como eran, ese día parecían tenso, ansiosos y trataban visiblemente de conseguir retazos de información a través de sus smartphones y sus tabletas táctiles; en todo caso estaban menos atentos que nunca a mi clase. Quizá también los andares de las chicas con burka, más seguros y lentos que de costumbre, (…) sin esconderse, como si ya fueran dueñas del lugar. (…) Por el contrario, la atonía de mis colegas me dejó estupefacto. (…) no se sentían concernidos (…) los que obtienen el estatus de profesor universitario no imaginan que una evolución política pueda tener el menor efecto en sus carreras, se sienten absolutamente intocables” (¿a qué me recuerda?: ¡ay, Manolo!). Excepto, claro está, la clarividente Marie-Francoise: “No, no estamos en absoluto a salvo, créeme, y sé de qué hablo…”. Eso dice la esposa de la persona que trabaja para el cuerpo que vigila en Francia los movimientos extremistas. Continúa: “después de las elecciones habrá verdaderos cambios, que afectarán directamente a la facultad”. Nuestro protagonista tiene suerte. Marie-Francoise lo invita a tomar algo a su casa, para charlar del tema con su marido y el resultado en información es evidentemente fructífero: “Las negociaciones entre el Partido Socialista y la Hermandad Musulmana son mucho más duras de lo previsto. Sin embargo, los musulmanes están dispuestos a dar más de la mitad de los ministerios a la izquierda, incluidos algunos claves como las Finanzas e Interior. No tienen divergencias acerca de la economía, ni tampoco respecto a la política fiscal; no las hay tampoco sobre la seguridad y (los musulmanes) (…) tienen los medios para hacer que reine el orden en los barrios del extrarradio. Hay algunos desacuerdos en política exterior, desearían que Francia condenara a Israel con mayor firmeza, pero eso la izquierda se lo concederá sin problema. La verdadera dificultad (…) es la Educación. El interés por la educación es una vieja tradición socialista, y el entorno docente es el único que nunca ha abandonado al Partido Socialista (…) la cuestión es que en esta ocasión tienen ante sí a un interlocutor aún más motivado que ellos, y que no cederá bajo ningún pretexto. La Hermandad Musulmana (…) son indiferentes a muchos de los retos políticos habituales y, ante todo, no sitúan la economía en el centro de todo. Para ellos, lo esencial es la demografía y la educación; la subpoblación que cuenta con el mejor índice de reproducción y que logra transmitir sus valores triunfa (…) la economía o incluso la geopolítica no son más que cortinas de humo: quien controla a los niños controla el futuro, punto final (…) el único aspecto en el que no darán su brazo a torcer es la educación de los niños. (…) para la Hermandad Musulmana, todo niño francés debe tener la posibilidad de beneficiarse de una enseñanza islámica desde el principio al final de su escolaridad. Y la enseñanza islámica es, desde cualquier punto de vista, muy diferente de la enseñanza laica. (…) en ningún caso puede ser mixta y sólo algunas carreras están abiertas a las mujeres. Lo que en el fondo desearían sería que la mayoría de las mujeres, después de la escuela primaria, fueran orientadas a escuelas de educación doméstica y que se casaran lo antes posible, y que solo una pequeña minoría cursara estudios literarios o artísticos antes de casarse; ese sería su modelo de sociedad ideal. Además, todos los docentes, sin excepción, deberán ser musulmanes. Las reglas relativas al régimen alimentario de los comedores escolares y el tiempo consagrado a las cinco oraciones cotidianas deberán ser respetados; pero, sobre todo, el propio programa escolar deberá adaptarse a las enseñanzas del Corán. (…) No tienen elección. Si no (…) es seguro que el Frente Nacional ganará las elecciones. Y aun cuando logren un acuerdo, todavía tiene posibilidades, ya ha visto los sondeos. (…) el ochenta y cinco por ciento de los votantes de la UMP se decantará por el Frente Nacional (…) es proceder a un desdoblamiento sistemático de la enseñanza escolar. En cuanto a la poligamia (…) un acuerdo que podría servirles de modelo. El matrimonio republicano permanecerá igual, como una unión entre dos personas, hombres o mujeres. El matrimonio musulmán, eventualmente polígamo, no tendrá ninguna consecuencia en términos de estado civil, pero será reconocido por los centros de la seguridad social y los servicios fiscales y dará lugar a derechos. (…) además es perfectamente conforme a la teoría de la sharia de la minoría que el movimiento de los Hermanos Musulmanes sostiene desde hace tiempo. En cuanto a la educación (…). La escuela republicana se quedaría igual, abierta a todos, pero con mucho menos dinero, pues el presupuesto de Educación se dividirá por lo menos por tres, y esta vez los profesores no podrían salvar nada, ya que en el contexto económico actual cualquier reducción presupuestaria a buen seguro será acogida con amplio consenso. Y luego (…) se pondría en marcha un sistema de escuelas musulmanas privadas, que se beneficiarán de la homologación de títulos y que, por su parte, podrían recibir subvenciones privadas. Evidentemente la escuela pública se convertirá muy pronto en una escuela a la baja y todos los padres preocupados por el futuro de sus hijos los matricularán en la enseñanza musulmana. (…) Y con la universidad pasará lo mismo (…) La Sorbona, en particular, los hace fantasear hasta extremos increíbles. Arabia Saudí está dispuesta a ofrecer una dotación casi ilimitada, vamos a convertirnos en una de las universidades más ricas del mundo. (…) ¿Y Rediger será nombrado rector? (…) Sí, por supuesto, (…) sus posiciones pro musulmanas son constantes desde hace por lo menos veinte años (…) Incluso se ha convertido”. Y respecto al colega que pretendidamente había abandonado el movimiento identitario: “Sí, todos dicen lo mismo”.

Con él, que sabía más de lo que fingía, se desenvuelve la siguiente conversación: “la victoria del Frente Nacional en la segunda vuelta es muy posible. Están obligados (…) a salir de Europa y del sistema monetario europeo. (…) en un primer momento, viviremos unas convulsiones financieras considerables; no es seguro que los bancos franceses, incluso los más sólidos, puedan resistirlas”.

Es cuando nuestro protagonista decide refugiarse en el campo: “Las ratas son mamíferos inteligentes. (…) Probablemente sobrevivirán al hombre, su sistema social (…) es mucho más sólido”.

Es cuando llega el último encuentro con Myriam: “Mis padres emigran a Israel. (…) desde hace unos días ha cambiado la gente que frecuentan, ya solo ven a otros judíos (…) no son los únicos que se marchan” (¿a qué les recuerda?).

Él intenta tranquilizarla, pero el análisis de ella es más certero: “el padre (…) aún mantenía el vínculo con la vieja tradición de la extrema derecha francesa. Es un burro, completamente inculto (…). Para la hija (…) ya no significan nada (…) aunque gane el musulmán, no creo que tengas nada que temer. Está aliado con el Partido Socialista, no puede hacer lo que le venga en gana”. Y la respuesta: “en eso soy menos optimista que tú. Cuando un partido musulmán llega al poder, nunca es bueno para los judíos. No veo ningún ejemplo que confirme lo contrario”.

Y nos presenta al nuevo líder francés, Mohammed Ben Abbes: “Él más que nadie (…) se había beneficiado de la meritocracia republicana (…) Ese retorno de lo religioso era una tendencia profunda, que se extendía por nuestras sociedades, y la Educación no podía obviarlo. (…) en resumidas cuentas, de ampliar el marco de la escuela republicana, de hacerla capaz de coexistir armoniosamente con las grandes tradiciones espirituales (…) los periodistas más agresivos, más belicosos, estaban como hipnotizados, aplacados en presencia de Mohammed Ben Abbes” (¿y esto a qué les recuerda?), aunque para nuestro protagonista podrían habérsele planteado ciertas “preguntas embarazosas: la supresión de la enseñanza mixta, por ejemplo, o el hecho de que los docentes tuvieran que abrazar la fe musulmana”, aunque, “al fin y al cabo, ¿no era ya ese el caso entre los católicos? ¿Había que estar bautizado para dar clases en una escuela cristiana? (…) no sabía nada sobre la cuestión (…) comprendí que había llegado allí adonde el candidato musulmán había querido llevarme: una especie de duda generalizada, la sensación de que allí no había nada que alarmara, ni nada verdaderamente nuevo”.

“Marie Le Pen contraatacó a las doce y media (…) recién salida de la peluquería (…) se había persuadido de que, para acceder a la magistratura suprema, una mujer necesariamente tenía que parecerse a Angela Merkel y se afanaba en igualar la respetabilidad poco atractiva de la canciller alemana, hasta el extremo de copiar el corte de sus trajes. (…) parecía haber recuperado un brillo y un ardor revolucionario que recordaban los orígenes del movimiento (…) sorprendió el carácter republicano, e incluso francamente anticlerical, de su intervención (…) cayeron de nuevo en el embrutecimiento de la más vergonzosa ignorancia cuando el poder religioso se apoderó del derecho a instruir a los hombres”. “Creí que era católica”, dice Myriam. “No lo sé, pero su electorado no lo es (…) los católicos son demasiado solidarios y tercermundistas. Así que se adapta”. Y la despedida de Myriam con una mayor soledad para nuestro protagonista: “Para mí no hay ningún Israel”.

La “insurrección” de la que hablaba Marie Le Pen indujeron la aparición de Hollande desde el “final de sus dos calamitosos quinquenios”, que se presenta como el “último baluarte del orden republicano”, lo que provocaría “risas, breves pero muy perceptibles”.

Cuando no podía ser nada peor para nuestro protagonista, al irse a trabajar encuentra la universidad cerrada hasta nuevo aviso. Llega la segunda vuelta, con previsiones dispares entre los periodistas y ‘expertos’ de los medios de comunicación. Nuestro protagonista huye de París. En el camino se encuentra muertos por las carreteras. Los causantes son, por un lado, los identitarios y, por otro, jóvenes yihadistas, grupos más partidarios de la vía armada que de la política. Esto va unido al despido del marido de su amiga Marie-Francoise y a la seguridad de esta de que las mujeres no volverán a impartir docencia en Francia. Y una nueva hipótesis. “La verdadera agenda de la UMP, al igual que la del PS, es la desaparición de Francia, su integración en un conjunto federal europeo. Sus votantes, evidentemente, no aprueban ese objetivo, pero los dirigentes han logrado, desde hace años, silenciar la cuestión. Si establecieran una alianza con un partido abiertamente antieuropeo no podrían perservarar en esa actitud; y la alianza no tardaría en saltar por los aires. (…) la UMP se aliaría, al igual que el PS, con la candidatura de Ben Abbes, a condición, por supuesto, de una representación suficiente en el gobierno y de acuerdos para las próximas elecciones legislativas. (…) si el Partido Socialista ha cedido finalmente sobre Educación, si ha llegado a un acuerdo con la Hermandad Musulmana, si su corriente antirracista ha logrado imponerse internamente sobre su corriente laicista, es porque estaban entre la espada y la pared, se hallaban en el fondo del agujero (…) la UMP y el PS tienen que acostumbrarse a la idea de gobernar juntos; y para ellos eso es absolutamente nuevo (…) Queda, por supuesto, una tercera posibilidad, y es que no pase nada; que no se llegue a ningún acuerdo y que la segunda vuelta se desarrolle con las mismas posiciones, y con la misma incertidumbre”.

Mientras, “los católicos prácticamente habían desaparecido en Francia, pero parecían aún envueltos en una especie de magisterio moral, en todo caso Ben Abbes había hecho desde el principio todo lo posible por ganarse su favor: a lo largo del año anterior, había ido por lo menos tres veces al Vaticano. Dotado de un aura tercermundista por el simple hecho de sus orígenes, había sabido sin embargo tranquilizar al electorado conservador. (…) Ben Abbes siempre habían evitado comprometerse con la izquierda anticapitalista; (…) la derecha liberal había ganado la batalla de las ideas, los jóvenes se habían vuelto emprendedores y el carácter insoslayable de la economía de mercado estaba ya unánimemente aceptado. (…) el verdadero golpe genial del líder musulmán había sido comprender que las elecciones no se jugarían en el terreno de la economía sino en el de los valores; y que (…) la derecha se disponía a ganar la batalla de las ideas sin tener siquiera que combatir. (…) Ben Abbes es en realidad un político extremadamente hábil, sin duda el más hábil y retorcido que hayamos conocido en Francia desde Francois Mitterrand; y, al contrario que Mitterrand, tiene una verdadera visión histórica”. (Los católicos) “no solo no tienen nada que temer, ¡hasta tienen mucho que ganar! (…) En los círculos de extrema derecha se extendió la idea de que cuando los musulmanes llegaran al poder los cristianos serían necesariamente reducidos a un estatus de dhimmis, ciudadanos de segunda clase (…) en la práctica, el estatus de dhimmi es muy flexible (…) En lo que respecta a Francia, estoy absolutamente convencido y me apostaría cualquier cosa a que no sólo no se pone ninguna traba al culto cristiano, sino que las subvenciones concedidas a asociaciones católicas y al mantenimiento de los edificios religiosos serán aumentados pues pueden permitírselo, y de todas formas las que las petromonarquías concederán a las mezquitas serán mucho mayores. Y, sobre todo, el verdadero enemigo de los musulmanes, lo que temen y odian más por encima de todo, no es el catolicismo: es el secularismo, el laicismo, el materialismo ateo. Para ellos los católicos son creyentes, el catolicismo es una religión del Libro; se trata solo de convencerlos de dar un paso más, de convertirse al Islam: esa es la verdadera visión musulmana de la cristiandad, la visión original (…) Para los judíos es un poco más complicado (…) en los países musulmanes las relaciones con los judíos a menudo han sido más difíciles que con los cristianos; y (…) la cuestión palestina (…) realmente piensa obtener conversiones masivas entre los cristianos, y nada prueba que eso sea imposible, sin duda se hace pocas ilusiones respecto a los judíos. Creo que lo que espera en el fondo es que decidirán por sí mismos marcharse de Francia para emigrar a Israel. (…) El principal eje de su política exterior sería desplazar al sur el centro de gravedad de Europa (…) el resultado lógico sería la elección por sufragio universal de un presidente europeo. (…) La verdadera ambición de Ben Abbes (…) es covertirse en un momento en el primer presidente electo de una Europa ampliada, incluyendo los países del perímetro mediterráneo”.

Mientras, el pueblo, ajeno a lo que pasaba en su país, está en fiestas veraniegas, y nuestro protagonista se pregunta: “aquellos jóvenes católicos humanitarios (…) ¿amaban su tierra? ¿Estaban dispuestos a perderse por ella?”.

Nuestro protagonista vuelve a París, que en su barrio no había cambiado tanto “ni siquiera un régimen musulmán, parecía ser capaz de frenar su incesante actividad; el proselitismo islámico, al igual que el mensaje cristiano antes que este, probablemente se disolvería sin dejar rastro en el océano de esa inmensa civilización” (la china), los accidentes habituales, domésticos y de movilidad, así como los burocráticos (“llevar una vida administrativa correcta requiere una presencia casi constante”). Es más, su madre había muerto. Pero nada de la universidad. Eso sí, las mujeres habían modificado su indumentaria: “los vestidos y faldas habían desaparecido. También se había extendido una nueva prenda, una especie de blusa larga de algodón, hasta medio muslo”.

Por fin, llegan noticias de la universidad: tiene dos opciones, la conversión o la jubilación ‘millonaria’: “sin duda habían sobrevalorado el poder de armar ruido del profesorado universitario, su capacidad para llevar a cabo una campaña de protestas. Ya hacía mucho tiempo que un título de profesor universitario por sí solo no bastaba para acceder a las columnas o la sección de opinión de los medios importantes y estas se habían convertido en un espacio estrictamente cerrado, endogámico. Una protesta incluso unánime de los profesores universitarios hubiera pasado casi completamente inadvertida; pero, al parecer, en Arabia Saudí, no podían darse cuenta de ello. (…) aún creían en el poder de la élite intelectual y eso era incluso conmovedor”. En cualquier caso, la conversión implicaba un sueldo mensual de 10.000 euros.

Al final, también habrá una oportunidad para nuestro protagonista, aunque con la inevitable condición. Algo que le servirá para seguir con su vida vacía, pero con más seguridad, a seguir con una vida que le permitirá acabar como su padre, con el que, por otra parte, siempre había vivido en conflicto. Para el nuevo gobierno musulmán, eso no era un problema. Al fin y al cabo, como dijera Jomeini, “si el Islam no es político, no es nada”..

Esta novela de política-ficción está hecha a la medida de Houellebecq. Profunda pero graciosa, provocadora pero seria, crítica pero justa. Es una novela para pensar y para divertirse. Una novela para entender nuestra sociedad, su futuro, la religión y la política.



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